La verdad que ha sido una experiencia bonita y gratificante. Buscar la harina, buena, de herbolario, de trigo blanca y de centeno integral, y luego la avena, el ajonjolí y las semillas de amapola (gran descubrimiento este último, os lo recomiendo) y luego a mezclar y que fermente (siguiendo una de las recetas del libro de Iban Yarza). Y esperar. Paciencia. TI-EM-PO.
Y este el pancito (porque me ha salido chiquito) en el horno.
Tiene esa forma tan "a lo suyo" tan "raruna", tan "oblonga" como me ha dicho mi amigo Al, tan como de paisaje Japonés, porque no seguí, (no me di cuenta) uno de los preceptos básicos a los que Iban Yarza hace mención en su libro.
(Espacio para nota mental: quédate corto de agua, para echar más nunca es tarde)
Y por eso, la masa ha quedado un poco ingobernable, y con esa forma tan anárquicamente bella. A mi me gusta. Será lo típico para con tu primera criaturita.
(Espacio para nota mental: quédate corto de agua, para echar más nunca es tarde)
Y por eso, la masa ha quedado un poco ingobernable, y con esa forma tan anárquicamente bella. A mi me gusta. Será lo típico para con tu primera criaturita.
Y este es el Pancito fuera del horno.
La corteza cruje como nunca se lo he visto hacer a un pan. Tiene poquita miga. Se asemeja a una chapata, pero el sabor... Se podría decir que he descubierto el sabor del pan, ese sabor que deja la masa cuando esta fermentando, ese sabor ácido que no echa para atrás. ESE SABOR.
Y esas cositas que véis por encima, como una migración de garzas sobrevolando el monte Fuji, es avena, y ajonjolí y las semillas de amapola. Y todo junto, se queda en tu boca durante largo tiempo.
He descubierto el mundo del pan.
Y os invito a hacer lo mismo.
El "silfi" panarra para los curiosos.
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