Y así fue, nos olvidamos de luchar por nuestra
generación, lo que nos afectaba, lo que nos condicionaría nuestro futuro, el
resto de nuestra vida, así como la educación, esa en la que solo se valora lo
bien que memorizas un tema y lo rápido que lo olvidas una vez pasas el examen,
y no se valora el esfuerzo, la comprensión y el trabajo diario. Esa educación
con la que nos entró la fiebre de la “titulitis”, consecuencia de tantos
“ni-nis”, necesaria ahora para trabajar en la gran mayoría de empleos. Esa
educación que cada gobierno cambia a su antojo, no para enseñar a nuestros
niños, sino para adoctrinarles en lo que ellos crean necesario, adoctrinarles
en el consumo y en la emigración, “niños, el futuro es irse a otros países a
trabajar”, y así pasa, que nuestros científicos, intelectuales, para
entendernos, cerebritos, se nos van de nuestro país y nosotros tenemos que
aguantar a analfabetos, maleducados, para entendernos, imbéciles, saliendo en
la tele o en revistas de poca monta ganando tanto o más que alguien que ha
estudiado. Esa educación donde al que destaca en algún área no se le refuerza
ni se le protege de las burlas de sus compañeros, donde el farrullero de turno
tiene más protección que el alumno que verdaderamente vale o la necesita, esa
educación donde los alumnos con necesidades educativas especiales, con el
gobierno de hoy día, cada vez tiene menos profesores a su disposición, esa
educación que dice, se favorece la diversidad pero intentan que todos,
absolutamente todos, remen al mismo tiempo y donde, en efecto, no se les educa
en la diversidad. Esa educación de inclusión mal entendida, esa escuela a la
cola de Europa.
Esa escuela, que, ay, como decía el poeta, hace que me duela España.
Esa escuela, que, ay, como decía el poeta, hace que me duela España.
(Y por el momento aquí lo dejo. Irán saliendo más
temas a colación de mi generación, pero este de la educación quería tocarlo.
Ahora, piensen. Si no es mucho pedir.)