“En la pulpería de Lucita
paso las tardes enteras”
Bunbury
paso las tardes enteras”
Bunbury
Muchacho,
Al igual que tú cuando decidiste dejar esta ciudad
que te ama hasta ahogarte, he de decir que he tomado la mejor decisión de mi
vida. Inlcuso mejor que cuando decidí vender el “Bananas” para ponerme al día
con las cuentas.
Reconozco que al principio no fue fácil. Deshacerme de la colección de cocteleras, de cucharas de bar, de algunos licores. Te confesaré, muchacho, que del único licor que no me deshice fue aquel licor de lagarto chino heredado de mi abuela. ¡Maldita sea! Fueron días verdaderamente jodidos.
Pero todo eso pasó. Ahora he conocido a Lucita. Tiene una pulpería en una hermosa playa de por aquí que maneja con dulzura y paciencia. Domina como nadie la parrilla y es tremendamente hermosa. Aquí, en la pulpería, el tiempo se quedó a vivir allá por los 40 y Lucita lo mima y lo cuida. Ahora está frente al espejo arañado por lo años, peinándose y confieso que te escribo sin mirar el papel.
¿Sabes? Diseminados por la playa hay paradas hechas con cañas enormes de bambú donde sirven unos espectaculares zumos y al anochecer, cuando el sol parece que no se quiere marchar, sirven cócteles típicos de aquí. Coctelería tikki se llama. ¡Dios Santo muchacho! Eso es néctar para el paladar y un peligro para el corazón. Estoy convencido, que una noche de estas, con los labios alcoholizados y el corazón endulzado, le pediré a Lucita que se case conmigo. Mezclan con sabiduría rones y tequilas, zumos naturales y algunas preelaboraciones secretas, heredadas de Don The Beachcomber, que por si solas, son suficientes.
En fin muchacho, llega esa hora de la tarde en la que Lucita y yo cerramos la pulpería y vamos a bañarnos a la playa.
Espero que la vida que elegiste, siga tan maravillosa junto a tu mujer.
¡Salud!
P.D: Regalé el local del Balmoral a Carla. Sé que tarde o temprano, abrirá allí.
P.D 2: ¿Recogiste la jukebox?
Reconozco que al principio no fue fácil. Deshacerme de la colección de cocteleras, de cucharas de bar, de algunos licores. Te confesaré, muchacho, que del único licor que no me deshice fue aquel licor de lagarto chino heredado de mi abuela. ¡Maldita sea! Fueron días verdaderamente jodidos.
Pero todo eso pasó. Ahora he conocido a Lucita. Tiene una pulpería en una hermosa playa de por aquí que maneja con dulzura y paciencia. Domina como nadie la parrilla y es tremendamente hermosa. Aquí, en la pulpería, el tiempo se quedó a vivir allá por los 40 y Lucita lo mima y lo cuida. Ahora está frente al espejo arañado por lo años, peinándose y confieso que te escribo sin mirar el papel.
¿Sabes? Diseminados por la playa hay paradas hechas con cañas enormes de bambú donde sirven unos espectaculares zumos y al anochecer, cuando el sol parece que no se quiere marchar, sirven cócteles típicos de aquí. Coctelería tikki se llama. ¡Dios Santo muchacho! Eso es néctar para el paladar y un peligro para el corazón. Estoy convencido, que una noche de estas, con los labios alcoholizados y el corazón endulzado, le pediré a Lucita que se case conmigo. Mezclan con sabiduría rones y tequilas, zumos naturales y algunas preelaboraciones secretas, heredadas de Don The Beachcomber, que por si solas, son suficientes.
En fin muchacho, llega esa hora de la tarde en la que Lucita y yo cerramos la pulpería y vamos a bañarnos a la playa.
Espero que la vida que elegiste, siga tan maravillosa junto a tu mujer.
¡Salud!
P.D: Regalé el local del Balmoral a Carla. Sé que tarde o temprano, abrirá allí.
P.D 2: ¿Recogiste la jukebox?
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