jueves, 17 de septiembre de 2015

Agarradas de las manos

Una mosca. Rondando por toda la habitación,
estampando su cabeza una y otra vez contra el cristal de la ventana. Pum, una.
Pum, dos. Pum, otra más. Reventando sus órganos al ritmo de los neones rojos y
verdes de la calle. Pum, pum. Era como si quisiera huir de aquella habitación y
la única manera que tenía de conseguirlo era con ese comportamiento estúpido,
absurdo e inexplicable de las moscas. Reventarse la cabeza contra el cristal.
    En cierto momento que el neón rojo
iluminó la habitación, apenas podía distinguirse la absurda mosca del charco de
sangre y vino que rodeaba a aquellas dos jóvenes muchachas. Tendidas en el
suelo, cogidas de la mano. Una de ellas tenía el vientre lleno de cuchilladas,
la otra, parecía haberse rebanado el cuello limpiamente con el mismo cuchillo
que utilizó para convertir a su compañera en un colador de sangre y tripas.
   La sangre pasaba de verde a negro y de
negro a rojo y de rojo a verde y lo convertía todo en una tétrica discoteca
desfasada y a punto de cerrar. Parece que todo sucedió después de tres botellas
y media de vino y de apenas media ensalada. Quizá una de ellas tuviese celos de
la otra, o la otra viniese de una familia conservadora y rancia y no se
atreviese nunca a plantar cara y vivir su vida. Puede que aquella, harta de
todo, harta de la sociedad, del conformismo, perdidamente enamorada y deseosa
de ser amada, llevada por un incontrolable impulso, saliera desesperada de la
cocina con el cuchillo grande, el que utilizaba para cortar el queso y el
membrillo del postre, y sin avisar, sin disculparse, sin arrepentirse, solo con
un te quiero, no parase de embutir una y otra vez el cuchillo en el vientre de
su pareja. Como si fuera aquella mosca estampando la cabeza contra el cristal.
Una y otra vez. Quizá fueran 30 puñaladas. O 40. Lo cierto es que antes de
quedarse sin aliento, antes de terminar de cebarse con esa tripa donde tantas
noches, delante de la tele, había reposado su cabeza, ella se tumbó a su lado,
en el suelo, agarrádola de la mano, y con el mismo cuchillo, se rebanó el
cuello a la profundidad justa  para poder
sentir algo de arrepentimiento.
Mientras,
en el reproductor de mp3, sonaba, una y otra vez, la misma canción:

   Come on Jim
   Oh you got to
   Hold on, Hold on
   You got to hold on
   Take my hand, I'm standing right here
   You gotta hold on*

Y el zumbido de una mosca.

*Hold on. TomWaits. (Disco “Mule Variations”)