Si te encierras en las cuerdas estás perdido
muchacho. Tú no eres Muhammad Ali. Lo único que a lo mejor te puede compara a
él, es que dos semanas antes de cada combate, tendrás que guardar tanta
testosterona, que no podrás follar con tu novia, ni siquiera masturbarte. Por
lo demás, estás muerto muchacho. Recorrerás el túnel que va desde el vestuario
al pabellón y no serás consciente. Cuando bajes las escaleras del pabellón, a
medida que te acerques al cuadrilátero, la gente se reirá de ti, ¿qué esperas?
eres el espectáculo de esa noche, pero tú, seguirás sin darte cuenta. Te
sentarás en tu esquina, mirarás la lona como algo extrañamente familiar, te
quitarán esa bata que fue un regalo de tu madre, te apretarán bien los guantes,
te llenarán de vaselina la cara, mientras tu contrincante aparece vitoreado por
el público, pero , qué más da, tu todavía no eres consciente ni de que te han
puesto el protector bucal. El árbitro del combate os llamará a los dos al
centro del ring. Será la primera vez que mires a tu enemigo a los ojos, y por
un segundo desearás no estar ahí, ni siquiera haber nacido. Tendrás más miedo
que cuando te encerraban a oscuras, cuando eras niño, en la habitación. Sonará
la campana del primer asalto, y toda esa testosterona que tenías guardada, recorrerá
todo tu cuerpo como un relámpago, y antes de que la última gota llegue a la uña
pequeña de tu pie, tu contrincante te habrá dejado ciego del ojo izquierdo,
mareado, con un hilillo de sangre corriendo hasta el cuello. Ya no estrás tan
ligero como al principio, tus piernas serán dos tubos de plomo macizo, incapaz
de moverlas, y el público empezará a girar en torno a ti como una noria. Y lo
peor de todo, es que no hemos llegado al primer minuto del primer asalto. Pero
tranquilo muchacho, es tu debut, y quizá, tu último combate. Si los milagros
existieran, hijo, esquivarías un derechazo directo al rostro, y con la
izquierda golpearías su costado, para, a continuación noquearle con la derecha
en el mismo lugar donde el te dejó ciego. Pero esto no será así, porque los
putos milagros en el boxeo, no existen. Así, que te golpeará duro con la
izquierda en el costado que te dejará sin aire, y hará que te pesen tanto los
brazos, que no serás capaz de mantenerlos en guardia, cubriendo tu rostro,
donde recibirás un gancho de derechas, justo por debajo de la mandíbula, que ni
si quiera has sido capaz de ver por ese ojo ciego. Y mirarás al cielo, como
suplicando uno de esos putos milagros que aquí no existen, pero tienes que
saber que la cabeza tiene un límite, un tope, después, el cuerpo entero la
acompaña, empezando por esos hombros que machacas en exceso, muchacho, y
acabando por esa uña vacía de testosterona, y acabarás tendido en la lona como
un puñetero saco de patatas. Una nueva victoria por K.O para tu contrincante.
La primera derrota, de muchas, para ti. Te sacarán a hombros del cuadrilátero,
y tú solo tendrás una duda en la cabeza, ¿volveré o no? Estarás dos semanas o
más, sin poder mover un dedo, tu nariz será como una tortuga, al tocarla
desparecerá dentro de tu calavera porque no tendrás ni hueso. Tu cuerpo, tal
vez, nunca se acostumbre a tantos golpes, ni tu moral a tantas derrotas. Y
ahora, muchacho, ¿quieres seguir siendo boxeador?